martes, 13 de octubre de 2015

AMBIENTES VIRTUALES EN EL ENTORNO

Los ambientes virtuales en el mundo cotidiano Sobre la dimensión y el significado de la palabra virtual no se evidencian unos acuerdos comunes. Al respecto, como un referente especial, debe mencionarse su ubicación en los diccionarios. En el de la Real Academia Española (2002) se lee: “Que tiene virtud para producir un efecto, aunque no lo produce de presente, frecuentemente en oposición a efectivo o real”; “implícito”, “tácito”; “que tiene existencia aparente y no real”. A su vez, el Diccionario Larousse (1992) le da el siguiente significado: “Que tiene virtud para realizar un acto aunque no lo produzca; implícito, tácito”. Ambas definiciones son equivalentes, y dejan la impresión de que lo virtual es una negación de la realidad. Pero debe entenderse que aunque estas definiciones corresponden al significado del término aceptado por la Real Academia Española, en los últimos diez años esta palabra se ha llenado de mucha carga semántica a causa de los avances en informática. Aunque lo de “negación de la realidad” es más bien una deducción, el sentido preciso es el de posible o supuesto. El Diccionario de Uso del Español de María Moliner (1998) dice sobre la palabra virtual: “se aplica a lo que tiene existencia aparente. Se dice sobre todo de las imágenes, sonidos o sensaciones en general que, creados por medios informáticos, producen en quien los recibe ilusión de realidad: ‘Realidad virtual’”. Sin duda, esta significación se antoja más próxima a la que en la actualidad se le da al término en la cotidianidad y el mundo académico. Pero una cosa es lo aceptado actualmente por los académicos o gramáticos, y otra lo que está imponiendo el uso común, y esto es lo discutible. ¿Hasta dónde se extiende el sentido de ‘virtual’ y cuáles son sus límites? Sobre el tema, Vicente Albéniz . cita a Pierre Lévy, para afirmar que “la virtualidad es el vector de crecimiento de la realidad”. Dice también que “todo es virtual: lo virtual constituye la entidad”. Se apoya además en Philippe Quéau, para explicar que “lo virtual es muy real porque permite actuar sobre la realidad […] Lo real posee cierta virtualidad. Lo virtual es realidad aumentada” (Albéniz, 2002). Como puede observarse, las explicaciones se intentan dar desde la reflexión filosófica. El profesor Julio C. Cañón plantea desde la tecnología su punto de vista sobre la virtualidad: “Es la resultante del uso en red de tecnologías interactivas y multimedia”. Luego, con un enfoque más sociológico, hace referencia a que la virtualidad es un proceso de inflación de imágenes y proliferación de contaminantes audiovisuales, consecuencia de imaginarios que se desprenden de la publicidad sin límites (2002). Sobre esto, los especialistas en educación virtual, como el pedagogo Enrique Batista y el licenciado Óscar Roldán 1 , dicen que los procesos virtuales sí existen, que son reales. Por su parte los ingenieros, cuando hablan de realidad virtual, se refieren a un software cuyo propósito es la creación de ambientes tridimensionales en el computador, que 1 Enrique Batista Jiménez fue Secretario de Educación Municipal de la ciudad de Medellín y es investigador en temas de educación virtual. Óscar Roldán Coronado es otro investigador de estos temas, actualmente está terminando su proyecto de investigación para obtener el título de Magíster en Educación. permiten a los usuarios sumergirse en su interior. Por supuesto, no queda duda de que un software es un objeto real, aunque no tangible. Como puede concluirse, estas concepciones de especialistas e ingenieros no tienen el pleno respaldo de los conceptos consignados en los diccionarios. Complementando lo anterior, se habla comúnmente de oficina virtual en referencia a los recursos móviles del ejecutivo moderno: teléfono celular, fax, computador portátil. ¿Será que esta oficina no es real, no existe, es una ilusión, aun sabiendo que las operaciones son concretas, efectivas y reales? Quizá lo que la hace llamar virtual sea la intención de diferenciarla de la oficina tradicional, con sus muebles normales, aprovechando que el término está en boga. Así mismo, los bancos publicitan su oficina virtual, que no es más que un portal con páginas web dinámicas, con acceso a las bases de datos de los clientes. Las mismas que se encuentra ese cliente cuando ingresa al banco a realizar sus operaciones, de manera personal, no a través de internet. Hay aquí un juego de palabras, en el sentido de que las bases de datos, siendo un solo objeto, convierten los procesos en reales o virtuales dependiendo de si el cliente va hasta el banco o si accede a ellas desde su computador personal. En consecuencia, podría inferirse que el software de un computador, por sí solo, convierte un proceso en virtual. Entonces, tareas de nómina, contabilidad o cartera son virtuales si se procesan utilizando programas de computador especializados, en tanto que son reales si se manipulan sin ayuda de esta máquina. O sea, un objeto o proceso puede ser real o virtual, según el medio de manipulación o acceso, no por su esencia misma. Esto es lo que se evidencia en la semántica y las representaciones que las personas construyen. En el caso de la educación, se cree erróneamente que con el sólo hecho de utilizar ambientes tecnológicos la clase ya es virtual, aun cuando la pedagogía sea igual a la que se utiliza para la formación presencial, y se identifica el aula virtual con el conjunto de medios de la informática y las comunicaciones que configuran el ambiente para la interacción entre el docente, los estudiantes y los contenidos que son objeto de aprendizaje. He aquí por qué definitivamente esto hay que delimitarlo. La virtualidad no puede ser una bolsa abierta y pública para que cada cual, de acuerdo con su creencia, deposite allí lo que quiera. Por ello, es necesario construir acuerdos de unificación sobre este concepto, o simples propuestas para que el mismo no adquiera una generalidad que lo debilite, porque dentro del mundo cotidiano se viven escenarios, como los que a continuación se describen, que obligan a detenidas reflexiones. El 10 de agosto de 2004, la cadena internacional de televisión A&E Mundo presentó un documental titulado Asesinato on Line, dentro de su programa: Se hará justicia, en el cual un hombre y una mujer establecen una relación pasional a través de internet. Es un caso real, y figura en los archivos policiales de los Estados Unidos. Es la historia de un hombre y una mujer que entablaron relaciones amorosas desde la distancia y que culminaron con la muerte de dos personas. En sus investigaciones, la policía encontró, después de un crimen, en el computador del asesino más de 800 correos electrónicos cruzados entre él y quien fuera identificada en el referido documental como su amante virtual, y se comprobó además que diariamente había entre los dos comunicación por el chat. En los intercambios la mujer construyó imaginarios, y logró perfilarse con una integridad diferente a la suya, para persuadir al hombre de que su esposo la maltrataba. La relación se cristalizó con encuentros presenciales en el lugar de residencia de la mujer. Pero esto era ocasional, el grueso de la relación era a través de internet. Ellos lograron construir toda una escena pasional, la simulación de un embarazo y un aborto y, finalmente, el asesinato de un esposo por un amante y el posterior suicido de éste. En el relato de este programa de televisión se hablaba del “amante virtual” y del “esposo real”, y se dibujaron dos vidas de una mujer, una en el hogar, normal y sin sobresaltos, la “real”, y otra imaginada, en un matrimonio fracasado, lo que no era cierto, la “virtual”. En esta historia, ¿qué es lo real y qué es lo virtual? ¿Qué sentido adquieren acá las denominaciones de “amante virtual” y “esposo real”? ¿El hecho de ser la internet el medio de comunicación, legitima el uso de la palabra virtual? Con respecto a esto, no es ya raro encontrarse con casos de novios, matrimonios, amantes llamados “virtuales”. Lo que corrobora que la palabra está acuñándose para hacer referencia a las nuevas formas de comunicación en la globalidad. Estas relaciones que nacen en internet han creado socialmente expectativas frente a las posibilidades de las personas de ampliar sus conexiones. Es una significación nueva para prácticas que no lo son porque, por ejemplo, sobre lazos de amistad y amor vía telefónica o por correo, entre personas que nunca se vieron, siempre ha habido noticias, pero no con la etiqueta de virtuales. Siguiendo con el uso de la virtualidad en el mundo cotidiano, también los programas de radio hablan ahora de sus salas virtuales y de oyentes virtuales, en referencia al apoyo del chat y el correo electrónico para la comunicación entre el locutor y sus oyentes. Se clasifican dos tipos de escuchas: unos reales, normales, que oyen la radio y se comunican telefónicamente con el programa; y los que también escuchan lo mismo, pero por el servicio de audio del computador, y que interactúan con el mismo programa por internet. Estos son llamados, tanto los programas como sus oyentes, virtuales. En los anteriores escenarios, la sucursal bancaria virtual, el amante virtual, el aula virtual, el oyente virtual, se logra advertir el uso de internet como un común denominador para la comunicación. Puede ser éste un primer acuerdo en el intento de la conceptualización buscada, aunque quedan dudas cuando se pretende aproximar al concepto de virtualidad toda información que tenga formato digital. Pero hay otras connotaciones que merecen revisarse. Hay quienes asocian lo virtual con lo que no es natural o es artificial. Así podría hablarse de jugos de naranja, naturales o virtuales, según su origen sea una naranja como tal, o un producto industrial. Evidentemente, esto nada tiene que ver con internet. Igual ocurre en las ciudades con las llamadas glorietas virtuales, que no son más que dibujos circulares en el pavimento para orientar el flujo vehicular y que posibilitan la acción que hace el conductor en una glorieta real. Por supuesto, esta representación tampoco tiene la internet como recurso (pero que se acomoda al sentido que sí tiene el término, de que lo virtual es aquello con existencia aparente). Otros contraejemplos surgen en la mente en este primer intento de asociar el concepto de virtualidad con la internet como medio de comunicación. Veamos el caso de la educación virtual. Resulta que no todos los modelos formativos se apoyan en internet, pues en el mundo se conocen experiencias soportadas por tecnología satelital para teleconferencias y, en otros casos, se conciben modelos con la multimedia, como medio dominante, almacenado en unidades de disco. Se desprende entonces que este ir y venir de ideas, ejemplos y contraejemplos lleva a un laberinto de difícil salida. Ocurre como con la inteligencia artificial, desde cuando se acuñó el término en la década de los cincuenta del siglo anterior. Mientras los académicos discuten la pertinencia de su denominación en razón de sus implicaciones humanísticas, los ingenieros japoneses la están aplicando aceleradamente en la construcción de máquinas, juegos y sistemas inteligentes. Lo que sí es indiscutible es que la virtualidad es real, en el sentido del reconocimiento social de sus procesos y resultados, y en cuanto denominación está de moda, por lo que es utilizada al amaño de cada cual. Pero esta circunstancia no puede dar pie a la vaguedad, y se hace necesario crear aristas que eviten la imprecisión. En consecuencia, para iniciar posibles acuerdos, se requiere ignorar la perspectiva de la palabra virtual como negación de lo real, desprender el concepto de virtualidad de su connotación de imaginario y de aparente, pero ¿cómo desprender de un término su significado real? ¿No se trataría más bien de aceptar su nueva connotación? En contraposición, es más conveniente hacer referencia a ambientes o escenarios virtuales en los que interactúan agentes naturales. En este sentido, como casos ilustrativos, se tienen en Colombia noticias de conciertos y audiencias virtuales que es pertinente mencionar. A finales de 2003, en la Catedral de Sal de Zipaquirá, se cristalizó un proyecto de orden científico, tecnológico y artístico. En el mismo, la mezzosoprano Martha Senn, una gama de flautas y una sinfonía de ocarinas acompañaron en tiempo real los cantos de las ballenas yubartas captados por el equipo técnico del investigador Jorge Reynolds desde el Océano Pacífico en el sur de Colombia. Vía satélite, los cantos viajaron desde allí hasta la Catedral, donde los sonidos del mar y los cantos de estos animales marinos interactuaron con eventos sonoros y visuales preparados para esta ocasión (Colprensa, 2003), al tiempo que se proyectaban imágenes en las paredes que simulaban movimientos lentos de estos mamíferos en el agua. Sin duda, en este caso se construyó un escenario virtual, con Martha Senn y las ballenas separadas por muchos kilómetros, y se llevó realidad virtual a la Catedral patrimonio de la humanidad. Otro caso relevante de ambientes virtuales tiene que ver con la administración de justicia en Colombia, que ha venido autorizando audiencias virtuales. El militante del grupo guerrillero FARC, Simón Trinidad, no fue trasladado desde la cárcel en el Departamento de Boyacá hasta la ciudad de Valledupar, en el norte del país, por razones de seguridad. En esta ciudad, la Fiscalía, la Procuraduría y el abogado defensor, llevaron a cabo debates sobre el caso del acusado. En la sala de audiencias del Palacio de Justicia de la ciudad y dentro de la cárcel, se instalaron cámaras de televisión que enviaron imágenes, vía satelital, de lo que ocurría en ambas partes (Redondo, 2004). Como éste, también en el 2004, con enlaces dedicados entre juzgados especializados en Bogotá y cárceles en otras ciudades del país, se conoce de dos casos más de audiencias virtuales. Cabe entonces preguntarse si estos escenarios, por no ser comunes, pueden dejar dudas para los procesados. En este sentido hay quienes plantean interrogantes sobre el grado de realidad de tales audiencias, en comparación con lo que ocurre en el recinto cerrado de un juzgado, con todos los actores cara a cara: acusado, abogados, juez, secretarios. En este orden de ideas, es notable la aplicación de la tecnología en la arquitectura de la virtualidad, y esta concepción se ha convertido en algo común para la sociedad. Pero debe aceptarse también que el mercadeo se apropia de estas realidades de origen académico y de expansión social para crear modas que cautiven a la gente, llevando a que, en el caso de la virtualidad, se originen contradicciones, además de abusos en el uso del término. Sin embargo, aunque no es suficiente, es posible concebir los ambientes virtuales con sistemas de comunicación apoyados en la internet, los software y las telecomunicaciones, que se pueden asociar como solución con procesos en los cuales la distancia no es barrera para la construcción de los mismos o con actividades en las que el horario no es coincidente para todos los agentes. Esto es notable en el mencionado concierto de Martha Senn y en las audiencias virtuales. Además, como se dijo, se hace pertinente presentar la perspectiva de la palabra virtual no como negación de la realidad, ni relacionada con lo imaginario, sino que es más oportuno hablar de escenarios virtuales para la comunicación de agentes naturales, en los cuales el poder de la tecnología resulta determinante, y admitir que no todos los usos caen dentro de este contexto. De todo lo anterior podemos extraer una conclusión: quizá la denominación no sea el problema, lo que verdaderamente interesa es que los especialistas en construcción de ambientes virtuales pongan la tecnología para el bien del desarrollo humano y que, a la par, los sistemas educativos incluyan dispositivos pedagógicos en sus políticas de concienciación social, para que la internet no sea medio para el delito y la desintegración personal. Pero, eso sí, hay que aceptar que entre el común de la gente se nota abuso en la utilización del concepto. 


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